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Daniel Rincón de la Vega

Los libros son senderos, y su lectura un camino que constituye para el lector una experiencia. Pensaba en esto cuando Ángel Jiménez me pidió que le enviase algo que pudiera formar parte del “blog” que servirá como soporte escrito del “TORNEO DEPORTE Y CONVIVENCIA”, de nuevo otra fantástica iniciativa –y ya son muchas- de nuestro inquieto amigo.
Es evidente que un “blog” no posee la formalidad que tienen los libros, y desde luego es bastante difícil que la lectura a través de una pantalla de ordenador sea capaz de evocar la atmósfera de concentración y silencio que poseen las bibliotecas, y que nos transmite algo del titánico esfuerzo que constituye el saber. Como contrapunto, algunas de las virtudes de esta nueva forma de expresión son la facilidad de difusión y el hecho de poder incorporar referencias del máximo interés, de una manera algo más informal.
Los discursos de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española no son -aquí entono el mea culpa- una de mis lecturas habituales, pero recientemente he tenido la fortuna de leer el de D. Antonio Fernández de Alba, uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XX.
Fernández de Alba explica, al referirse a D. Emilio Lledó, el académico encargado de realizar la contestación a su discurso, como aprendió de él a comprender aquella máxima kantiana de que «el sujeto sólo puede realizarse en la esfera moral». Con las salvedades oportunas, bien podría decirse que un punto que tanto las religiones como las corrientes éticas tienen en común es el de proporcionar un camino a seguir, un modo de comportamiento que permita esa citada realización de la persona.
Pero algo similar es descrito mucho mejor por D. Emilio Lledó en el libro antes citado, un más que interesante camino a recorrer.

Nada importa el lugar en el que nacemos —ahora que tanto se habla de identidades—, la única identidad que no es fruto del azar es la identidad personal, aquella identidad que forjamos, paso a paso, deseo a deseo, ideal a ideal, pasión a pasión, en nuestra carne, ennuestro ser, y de la que verdaderamente somos responsables…Esa identidad, por muy utópica que pueda parecer, es una identidad que se labra en una lucha sin descanso hacia la verdad, la justicia, la solidaridad, la piedad, la belleza y la amistad con los otros, con lo otro. Es hermoso descubrir, en las inacabables, infinitas huellas dactilares de cada historia individual, la sombra cálida de esos ideales, modificada, matizada, iluminada mil veces, con distintos brillos u opacidades, por cada uno de los infinitos senderos que los seres humanos son capaces de inventar.

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